martes, 7 de enero de 2014

Una vida a blanco y negro.

Durante muchos meses la he soñado y esa desesperada conexión me ha vuelto un desertor de la realidad, he descubierto de manera incoherente que es el espacio en donde debo contemplarla, tocarla, sentirla, respirárla y amarla; pero, ¿Cuánta realidad debo esperar para no sentirme solo¿A caso el único medio existente para poderla ver está en mis sueños?. Paso las  noches enteras escribiendo columnas reflejado en una foto, un color, algo que me ayude a dar inicio por eterno, un rostro nostálgico mostrando maldad, una mascara impune de lo que no quiero ser, pero ahí está su belleza ubicada en sueño, mirando constantemente imágenes nocturnas de lo que en este mundo es un misterio y lo que ustedes por miedo a ser los mismos, pasan por alto cuando su corazón desaparece. Es difícil narrar un sueño que se ha tenido. Es decir, el sueño es algo que ha ocurrido en tu cabeza. Sólo allí. Escenas que sólo tu has presenciado y que recuerdas parcialmente, fragmentadas. A veces son sensaciones nada más. Procesos inefables sucediendo sin parar, rememorando hechos del pasado y mezclando eventos del presente. Pero todo allí -en el sueño- es incierto. Todo existe incompleto, en pedazos, fracturado, hecho añicos, en porciones y trozos que parecieran guardar algún tipo de relación secreta entre sí. Pero es imposible saberlo. Son conexiones demasiado ocultas dentro de nosotros mismos como para estar conscientes de ellas.


Hace unas noches tuve un sueño extraño. Cada vez que tengo este tipo de sueños, hago el esfuerzo de ponerlos por escrito de la forma más coherente posible. Hasta los he usado como material para escribir poemas que hasta ahora no he revelado. Creo que en el fondo sólo persigo el anhelo de comprender qué he soñado, por qué, y cuáles serán sus consecuencias. Todo nos cambia, incesantemente. Como decía, hace unas noches tuve un sueño inusual. Me encontré en un templo en donde ella pasaba al lado mio con su piel descubierta, un edificio parecido más a una mezquita que a una iglesia, sin ídolos, cruces, caligrafías, nada que pudiera indicar de qué culto se trataba. No había muebles y en apariencia, nadie más que ella y yo. Largos y elaborados vitrales dejaban pasar generosamente la luz de un sol también soñado. Me encontraba de pie en el centro de la estructura. Me pareció estar sólo, ella no podía verme pero nunca me sentí como tal. Tuve la certeza de que estaba acompañado pero que no podía ver a mi acompañante, ella sólo andaba mirando su templo, ella es una Diosa en mis sueños. Luego tomé un libro y recuerdo qué leí la siguiente frase en voz alta, como si le leyera a alguien más,a mi diosa: «No la apagues. ¿De qué sirven las horas si están llenas con el silencio de la nada?» Pero todos los sueños que he tenido han sido minuciosamente escritos, y cuando ella apareció frente a mi, nunca la he dejado de soñar, nunca he perdido la habilidad de sentirla porque es mí material misterioso entre ustedes.
El sueño acaba abruptamente. Me levanté a medianoche sólo para escribir este nombre, para rescatarla. Carolina Acevedo.